Después de leer el artículo de Mariano Fernández Enguita sobre las escuelas públicas y privadas, puedo decir que, claramente, su opinión está a favor de la escuela privada por diversos motivos, como la masificación que hay en las aulas públicas.
Sobre el papel, la diferencia entre escuela privada y pública es que la primera abastece sus gastos con fondos privados, ya sean de padres, empresas, entidades religiosas, etc. Sin embargo, la escuela pública depende económicamente de dinero del estado o del gobierno central. El problema es que esta diferencia no es la única cuando nos fijamos en las aulas, es decir, en la realidad.
Bajo mi punto de vista, toda la educación debería ser pública porque considero que ningún alumno debe tener privilegio con respecto a otro. No sé si hablo con toda la objetividad que debería porque toda mi carrera académica ha sido cursada en centro públicos, pero es mi opinión. En una ocasión escuché decir a un amigo que iba a un instituto privado, cito: "cuando suspendo un examen, no pasa nada, me lo repiten hasta que apruebo porque mi padre paga y no me quieren suspender". Este tipo de privilegios son a los que me refiero cuando abogo por una educación pública. No quiere decir ni mucho menos que las escuelas públicas no cometan errores, pero lo más justo, bajo mi punto de vista sería una educación igualitaria para todos. También tengo que decir que esta educación que sería la ideal para mí, debería cumplir las necesidades de todos los alumnos, ya que, si estamos ante una educación pública, esta tiene que cubrir unas necesidades que posee la sociedad.
Por otro lado, no estoy de acuerdo con el autor del artículo en culpar de la mayoría de errores que comete la escuela pública frente a la privada a los docentes porque somete los intereses de los alumnos a los suyos propios. Por supuesto que habrá profesores que estén en una escuela o instituto por trabajo o por obligación, pero por suerte hay otros muchos que están allí por vocación y porque realmente quieren ayudar a sus alumnos a aprender y que, en ningún caso antepondrían sus preferencias personales a las necesidades académicas de sus alumnos.
En mi opinión, no hay que culpar tanto al docente del fracaso escolar o los problemas que hay en los centros porque, desgraciadamente la educación hoy en día se utiliza como moneda de cambio entre políticos. Las leyes orgánicas las proclama el gobierno y, como este cambia cada cuatro años, el sistema educativo no se asienta y no podemos ser capaces de entender qué funciona y qué no. Creo que los docentes estamos sometidos a los políticos de igual modo de la educación se somete a la política.
Por último, me gustaría decir que, al igual que yo, muchos compañeros estamos estudiando para cambiar la situación actual de la educación, para que no haya tanto fracaso escolar, para que exista una manera divertida de enseñar,para que haya una enseñanza igual para todos, para no verter conocimiento en nuestros alumnos, sino darles herramientas para que lo descubran y muchas otras cosas que no se consiguen de otro modo que con vocación y esfuerzo.
¿Es pública la escuela pública?
viernes, 6 de noviembre de 2015
¿Es pública la escuela pública?
Ciertamente, la escuela pública debiera
serlo en todos los sentidos, es decir, no solo que se financie con dinero
público, sino que también cubra las necesidades de sus alumnos y ofrezca igualdad de oportunidades para todos.
Yo he asistido siempre a una escuela
pública, pero debo admitir, después de unos años de más y siendo más consciente
de la situación, que, si nos referimos a escuela pública con estos términos —sin
favoritismos por parte del centro hacia el alumnado—, la mía, al igual que
muchas, ni lo es, ni lo era.
Por desgracia, probablemente muchos de
nosotros hemos topado con docentes a los que, si algún día tuvieron vocación, esta
se les acabó. En mi caso, recuerdo a una profesora en concreto que no nos
enseñó absolutamente nada; eso sí, quería dejarnos bien claro sus objetivos.
Todos los días repetía sus enormes ganas de jubilarse para acto seguido irse a
comprar a las rebajas. Y no, aunque resulte irónico, no se trata de una broma. Pero,
por fortuna, hay profesores excelentes, pese al ambiente hostil, de los cuales
he conocido a muchos. Sin embargo, coincido con el artículo cuando se hace
referencia a que los malos docentes intentan cohibir a estos últimos. Sin ir
más lejos, uno de los mejores profesores que he tenido propuso una vez hacer
una excusión al campo, con el objetivo de conocer de primera mano la naturaleza,
fin más que justificado para la asignatura que impartía. Pese a las críticas de
otros compañeros, llegamos a hacerla, y aprendimos a la par que nos divertimos.
Mi pregunta es: ¿por qué hubo compañeros de este profesor que intentaron que no
se realizara nunca?, si este profesor no implicó a ningún otro. ¿Acaso tenían
miedo de que ellos tuvieran que hacer alguna salida extraescolar en un futuro?
Dejando aparte las discrepancias entre
los profesores, haré mención de grandes injusticias por parte del centro
escolar. Creí que, ciertamente, todos los alumnos teníamos los mismos derechos,
hasta el último curso de bachillerato. En mi instituto éramos muchos alumnos, y
a pesar de haber tres grupos de bachillerato razonablemente grandes, no
pudieron acceder al bachillerato todos los alumnos que lo deseaban. Muchos se
tuvieron que trasladar al instituto de la otra punta del pueblo o a pueblos
vecinos. En su momento, comprendí que, lógicamente, si había que hacer
selección, pues no podían aceptar a todos por los medios de los que disponían,
resultaba lógico que lo hiciesen mediante un baremo, para entrar por nota. No
obstante, al año siguiente fueron admitidas dos compañeras que no eran de la
localidad, sino de otro pueblo, ni siquiera vecino. ¿La razón? Ni más ni menos,
eran la hija del director y su amiga, que habían tenido dificultades con cierto
profesor de su centro y decidieron que, para aprobar la asignatura del
susodicho, necesitaban cambiarse de instituto. Y no me parecen mal este tipo de
cambios, pero ahí ni se tuvo en cuenta un baremo ni nada por el estilo: puro
favoritismo.
Como conclusión, la escuela pública no
es realmente tan pública como debiera serlo. Lo indudable es que vivimos en una
sociedad donde la justicia no está libre del subjetivismo, pues estamos
rodeados de la cultura del beneficio propio, en otras palabras, del
egocentrismo. De modo que no es de extrañar, aunque esto no es una
justificación, que en los centros también se observe dicha desigualdad con
respecto al trato con los alumnos. No obstante, debiéramos ser los primeros en
dar ejemplo a una sociedad que obligatoriamente, antes de madurar, pasa por
nuestras manos. Por lo que, si hacemos bien nuestra labor, quizá en un futuro
logremos todos ser un poco más justos.
¿Es pública la escuela pública? Reflexiones por Inma Díaz
Mariano Fernández Enguita, profesor de la
Universidad de Salamanca, publicó en 1999 el artículo sobre sí la escuela
pública es realmente pública, el cual suscitó muchas controversias entre el
profesorado que se ve cada vez más desprestigiado social y profesionalmente.
¿Es la escuela estatal pública? ¿Está subordinada a
los intereses de la sociedad y de los alumnos que asisten a ella? O por el
contrario, ¿responden a los intereses del profesorado u otros sectores? ¿Basta
la ley y la titularidad de la propiedad en manos estatales para considerar la
escuela pública como tal? Estas son las diferentes cuestiones a las que se
enfrenta el autor y cuya crítica o apremio a dado mucho de sí.
Al leer el texto, muchas de las consideraciones que
trata en el artículo han provocado en mí ampliar mi visión del tema e
interpretar algunos de los cambios que ha sufrido la educación como posibles
causas del fracaso escolar generalizado. En primer lugar, es posible que el
fracaso escolar se deba a una jornada continua que favorece a la jornada
laboral del profesorado pero va en detrimento del alumnado. ¿Por qué? Yo que
sufrí en mis años de instituto el cambio a jornada continua e iniciaba las
clases a las ocho de la mañana para acabar a las tres de la tarde, hacía que
tras siete horas (con sus correspondientes recreos) de clase, se hacía pesado e
insoportable intentar introducir datos y conocimientos como si fuésemos
recipientes enlatados a presión. A priori, puede parecer sensato porque con una
jornada continua implica tener las tardes libres para realizar otras
actividades productivas para nuestro crecimiento intelectual, lo cual parece sensato,
pero desde la óptica que viví, resulta un paso atrás con respecto a sistemas
anteriores. No podemos olvidarnos que con cada clase magistral impartida por la
mañana, conllevaba tener mogollón de ejercicios de diferentes asignaturas para
el día siguiente. A posteriori, las tardes se resumían en enclaustrarse en casa
para hacer los deberes de la mañana, perdón, de una estresante mañana,
olvidándonos de practicar otras actividades extraescolares como el deporte,
pintura, talleres de tu hobby
favorito… imposibles de hacer.
Desde la óptica del profesorado, la visión es más
exquisita ya que al cambiar a la jornada continua, ellos tendrían un trabajo de
media jornada laboral de mañana con las tardes libres remuneradas. Bien es
cierto que el objetivo de una jornada laboral continua se realizó para que los
profesores pudieran disponer de las tardes para preparar sus clases,
actividades,… para el día siguiente. También es cierto que esto muchos
profesores no lo hacen, limitándose a realizar un currículo docente apoyado
exclusivamente en el libro e improvisando clases. Sí a todo este compendio le
sumamos que, para estar dentro de la ley y de los parámetros que marca, inician
las clases a finales de septiembre y acaban el curso a principios de junio,
reducen el horario escolar, el cual debería de ser de nueve meses, a poco más
de ocho meses; y que durante el periodo no lectivo, el cual se supone, no
vacacional (remunerado) para el profesorado que debe preparar el currículo para
el siguiente año lectivo, convierte la profesión de profesor un chollo al que
todo el mundo sin vocación quiere optar. Luego no sorprende que el fracaso
escolar vaya en aumento.
Esta no es la única cuestión que me ha sorprendido
del artículo. Me ha hecho reflexionar sobre elegir educación pública o
educación privada. Está claro que la educación privada no está subordinada a
los intereses de la sociedad, su motor es puramente el económico y donde las
familias con mayor poder adquisitivo buscan horarios que estén menos
concentrados (9:00-13:00, horario de comedor 13:00-15:00, y 15:00-17:00) y que
ofrecen actividades diversas tras acabar las clases, que favorece con el
horario laboral de los padres. Supone mantener al alumnado el mayor tiempo
posible en la escuela pero sin un horario asfixiante para que los padres puedan
compatibilizar con el trabajo.
Además, la escuela pública presenta otro problema
con el profesorado y se hace patente cuando se intenta exceder la
responsabilidad del profesor en algo más que no sea su clase o su aula. Esto es
complicado. El control o la atención del alumnado fuera del aula, ya sea en
tutorías, comedores, actividades extraescolares… entra en conflicto con el
profesorado que no ve justo ampliar el trato con el alumnado, a parte, de las
horas impartidas en clase, ya que se suprime tiempo de la atención que deberían
ofrecerles los padres. Lo cierto, es que no debemos olvidarnos de que el
profesor tiene un horario laboral de 37,5 horas a la semana, que no invierte
más de 25 horas para impartir sus clases en el aula, y que dispone de 12,5
horas remuneradas para invertir en lo que el alumnado precise o disponga el
director del centro. Por ello, al profesor se le ve como un empleado
potencialmente a tiempo parcial, pero remunerado a tiempo completo.
Falta control sobre el profesorado. Sí hubiese
conciencia profesional y unos mecanismos de control internos y externos, podría
funcionar. La realidad es bien diferente. Esto no funciona. El director se ve
coaccionado asumiendo el papel de simple administrador del centro, pero sin
entrar en conflicto con sus colegas de trabajo convirtiéndose en un escenario
sin incentivos mientras campan a su antojo, mientras lo que se debería
propiciar es que entre todos los departamentos se establecieran unos objetivos
compartidos, un compromiso moral y un alto nivel profesional. Aún así, esto no
sucede pues parece que tener la plaza es el trono del que ya no le pueden
echar, perdiendo la necesidad de superarse continuamente ya que no tiene el
riesgo de perder su trabajo. A modo de comparativa, actualmente trabajo en una
empresa de servicios y mi actitud laboral es de continua formación, mejorar las
ventas, cumplir unos objetivos, hacer mejor mi trabajo… hacerme notar para que
la jefa de sector me incentive con un nuevo contrato o aumento de sueldo. La
diferencia entre ambos (el profesor y yo) es que yo tengo el riego de perder mi
trabajo sino mi actitud laboral no fuese la correcta.
Como reflexión final, se está planteando
retribuir al profesorado dependiendo de los objetivos. De inicio, ya veo
problemas. ¿Aprobado generalizado? ¿Falseo de notas y objetivos curriculares?
¿Quién determina que los objetivos impuestos han sido conseguidos? Es posible
que con esta medida, el fracaso escolar descienda pero que dicha medida se
lleve a la práctica necesitará un control interno y externo mucho más exigente
del que se lleva hasta ahora.
Es pública la escuela pública
Todos
sabemos que lo público es financiado por fondos públicos y que su
administración y sus funcionarios corren a cargo de una institución
pública que todos pagamos con nuestros impuestos y a cuyos servicios
todos tenemos acceso. La educación, al igual que la sanidad, es
también pública y está subvencionada por el estado o el gobierno
que deciden sobre ellas de acuerdo con su ideología. Cada partido
cambia las leyes de educación según más le convenga, imponiendo
didácticas y metodologías diferentes, quitando o restaurando la
jornada continua, reduciendo o ampliando horarios lectivos, todo ello
acorde a la ideología de cada uno… Muchos cambios innecesarios,
pero ninguno eficaz contra los fracasos escolares. Partiendo de ahí,
muchos profesores se niegan a dar clases de refuerzo en verano con
sus horas pagadas. Estas horas pagadas deberían ser usadas para que
el docente mejore su conocimiento y planifique el curso siguiente,
muchos lo hacen, otros aprovechan este tiempo para ampliar sus
vacaciones.
Es cierto que antiguamente sólo se
dedicaban a la enseñanza aquellas personas a las que les motivaba
esta profesión, hoy en día muchos optan por esta carrera porque su
nota de selectividad no les permite dedicarse otra cosa. Esto sumado
a la poca vocación que sienten hacia esta profesión, crea poco
entusiasmo a la hora de enseñar y de aprender. Todo esto contribuye
a que el profesor tenga menos paciencia y ganas para tratar con
aquellos alumnos problemáticos y dedicar su tiempo libre a expandir
su formación o a planear mejor la formación de sus alumnos.
Después de todo lo expuesto, podemos
concluir que la escuela pública no es tan pública como aparenta.
Todos los ciudadanos tienen derecho a la educación, pero no todos
pueden permitirse comprar los libros, muchos no pueden optar a las
ayudas económicas escolares porque sus rentas son altas cuando
realmente sólo tienen propiedades que no les aportan ingresos, otros
muchos desean seguir con sus estudios universitarios pero no pueden
porque su prioridad es trabajar para poder sobrevivir. Asimismo, nos
encontramos con profesores que “excluyen” y no dan ningún tipo
de apoyo a los alumnos que necesitan más ayuda porque supuestamente
“no es su trabajo”. Ante todo esto podemos afirmar que todos
tenemos derecho a la educación pero el elevado precio de los libros
y de los cursos (cursos de inglés, clases de apoyo…) la exclusión
de los niños problemáticos, la falta de recursos económicos y las
ideologías de la política de turno hacen que no todos puedan
acceder a ella de la misma forma.
Reflexión sobre el artículo de Mariano Fernández Enguita: ¿Es pública la escuela pública?
Fernández
Enguita en este artículo hace un profundo análisis de si la escuela pública es
realmente pública o no, analiza sus problemas, deficiencias e incluso carga de
responsabilidad a ciertos sectores educativos. En primer lugar, aclara que
habla sobre la escuela pública, la estatal, la que además de sostenerse con
fondos públicos, su personal y funcionamiento dependen del Estado. El autor
diferencia dos ámbitos a los cuales debe dirigirse la escuela pública para
serlo de hecho, el ámbito del interés público (es decir, que contribuya al
interés de toda la sociedad) y el ámbito del interés del público (refiriéndose
al interés de todos los alumnos y sus familias).
Bajo mi
óptica debo exponer que a la escuela pública no le dejan ser pública, son
muchos los intereses que existen detrás del control y manipulación de la
escuela. Por un lado, aunque no es el tema en el cual se centra el autor en su
artículo, los diferentes gobiernos con su afán de responder a sus propios
intereses partidistas manipulan la escuela pública con el fin de verse
beneficiados por lo que allí se imparta. El control de la educación por parte
del Estado debe ser bueno si se actúa como garante de la impartición de una
educación adecuada, no excluyente e integradora. Sin embargo, cuando se actúa
por parte del Estado como opresor de lo que se debe o no impartir y en qué
términos, se incurre en una manipulación de la escuela pública que deja de
serlo en ese mismo instante.
En cambio,
aunque este es un factor importante para hacer que la escuela sea auténticamente
pública, existen otros muchos que también contribuyen a ello y los cuales el
autor trata más detenidamente. La subordinación de la escuela a intereses
privados de los profesionales del sector, los profesores, hacen que la escuela
pública deje de serlo también, puesto que ya no se encamina a beneficiar a toda
la sociedad, sino más bien a unos pocos. Se expone en el artículo un seguido de
puntos que enumeran los beneficios que los profesores han ido apropiándose sin
que la administración con sus mecanismos (a la vista, fallidos) de control o la
propia cultura profesional puedan evitarlo.
En los
diferentes temas a tratar sobre los intereses del profesorado debemos destacar
la ausencia de reforma del calendario y horario escolar, apostando por una
jornada continua e incluyendo algunas fiestas y días de descanso que no
benefician al alumnado. Por otra parte, el profesorado tiene una jornada
laboral de las cuales algunas horas son para preparación de clases y formación
propia, cosas que no llegan a controlarse y en muchos casos no se cumplen. La
constante oposición del profesorado por la inclusión de tareas a realizar por
el mismo con el fin de mejorar el funcionamiento de los centros. La hostilidad
que se transmite a la hora de la toma de decisiones conjuntas, de forma
democrática dentro de los centros, haciendo partícipes a padres, alumnos y
profesores. La desautorización de la dirección del centro en favor del claustro
de profesorados, que en última instancia son los que deciden. Además, las
constantes presiones del profesorado sobre sus propios compañeros con el fin de
evitar innovar en la actividad educativa. Todos estos problemas son los que
hacen que el profesorado se haga el dueño
y señor de la educación que deja de ser pública.
Ahora viene
mi llamada de atención, no tanto para los que ya están allí, sino para los que
estamos por llegar. El autor alude a tres elementos que hace responsable de
estas actitudes: la feminización (que hace que la mujer se dedique al trabajo
doméstico y extradoméstico), la desvocacionalización de la profesión y la
irresponsabilidad de los sindicatos. No obstante estos tres factores a los que
se alude en el texto mi pregunta va más allá: ¿seremos capaces los nuevos
profesores de evitar la tentación de obtener todos esos privilegios conseguidos
y devolverlos en favor de una educación meramente pública?
No se trata
de renunciar a los derechos laborales y sociales que con mucho sacrificio han
logrado generaciones anteriores, se trata de devolver lo que no es nuestro.
Hoy, muchos de los que escribimos esta reflexión llegaremos a ser profesores,
pero mi duda sigue estando presente, no sé si sabremos hacer frente al claustro
informal (pasillos y sala de
profesores) al que alude el autor, tal vez no seamos capaces de llevar a cabo
actividades de innovación en el ámbito educativo y así enfrentarnos al resto de
profesorado acomodado en sus tareas de su aula y su clase. Tal vez, no veamos
la necesidad de eliminar algunos de esos días festivos que no nos corresponden
y sigamos complicando la existencia a muchas familias y no ayudando en nada a
muchos alumnos. Es posible que nos quedemos con los brazos cruzados y no
aludamos a la responsabilidad sindical ya que nosotros también nos beneficiamos
de ellos. Probablemente, nuestras exigencias por una escuela pública y gratuita
que pretende alcanzar metas como la gratuidad de los libros de texto, la mejora
de la calidad educativa con aulas más reducidas, la buena formación del
profesorado o la democratización dentro del proceso de control de los centros,
queden en una mera utopía que en otra etapa de la vida creíamos como posible o
en pura hipocresía, manifestándonos por lo que en realidad no queremos y no nos
corresponde.
Es por esto
que insto finalmente, a los profesionales de la educación que dentro de muy
poco seremos, a defender la escuela pública. Que comencemos asumiendo nuestra
responsabilidad para, posteriormente, tener autoridad moral para criticar y
demandar lo que desde otras esferas se realiza en contra de la escuela pública.
No nos cansemos nunca de entender y defender la docencia como una profesión
totalmente vocacional y de servicio público.
jueves, 5 de noviembre de 2015
¿Es pública la escuela pública?
Lo primero que cabe destacar es que el articulo cuanta ya
con 16 años y sigue siendo de actualidad. Cosa sorprendente ya que han
transcurrido desde entonces varios gobiernos y leyes, hemos evolucionado como sociedad,
etc.
Si bien es cierto todo lo anterior, también es cierto que el
autor trata el tema de una manera un tanto mordaz y áspera. Aunque por otra
parte estoy de acuerdo con lo que nos expone. No puedo habar por mi experiencia
como profesor, pero si como alumno, y creo que es como él expone. Eso sí,
siempre generalizando, pero ya sabemos que es lo malo que tiene…
A menudo, lo único que queda de público en la escuela es su financiación.
Esta situación la podríamos extrapolar a la televisión pública siempre llena de
polémica por si funciona con un fin partidista por quien esté en el gobierno en
ese momento o no. Más allá de ello y más concretamente, en el artículo se
desarrollan varias ideas y conceptos en los que se culpa mayoritariamente a los
centros y profesores que imparten la docencia en las escuelas e institutos
públicos o concertados con financiación pública. Sí creo que de forma general
tenga razón ya que creo que los profesionales de la educación muy pocas veces
lo son. Y es que, igual que los enfermeros tienen un trabajo muy vocacional ya
que trabajan con personas, muchas veces parece que los profesores olvidan que también
trabajan con personas y que estas están formándose aún. Además, ellos muchas
veces son referencia a seguir para el alumno por lo tanto su educación debe de
ser lo más aséptica posible en cuanto a ideas sobre todo cuando pagan sus
sueldos entre todo el país. Y por otra parte, deberían de ser más consecuentes
con el trabajo tan trascendental que están llevando a cabo. Pues están formando
a las futuras generaciones.
¿Es pública la escuela pública?
¿Es
pública la escuela pública? ¿es la Iglesia una institución
religiosa completamente dedicada a servir a los demás? ¿se encarga
el Gobierno de ofrecer lo mejor para el país por encima de los
beneficios propios? ¿priman en ellas el interés de los ciudadanos o
están subordinadas a otros intereses?. Actualmente, todos sabemos
que la respuesta a estas preguntas es negativa. Al fin y al cabo todo
está subordinado a otros intereses económicos; vivimos en un mundo
en el que somos testigos de cómo las grandes autoridades no se
preocupan por los demás, sino por ellos mismos, por sumar ceros a
sus sueldos sin importarles lo más mínimo que las personas vivan en
la calle o se estén muriendo por culpa de su codicia y su extremado
egoísmo.
Lo primero que apunta el autor del artículo es que no ha habido modificaciones en el horario educativo sino para reducirlos. Siendo alumna, agradecía (y todavía agradezco) los días o semanas de descanso durante el curso. Desde mi punto de vista, no importa cuánto se reduzca el horario lectivo siempre y cuando lo permita el calendario escolar y ello no provoque dificultades para llegar a los objetivos necesarios en cada asignatura. También, siempre y cuando, se asuma desde un primer momento que si los profesores cobran estos días de vacaciones, se imponga, pues, un horario adicional para cualquier alumno que lo requiera.
En cuanto al segundo punto al que se alude, ¿de verdad es culpa de los profesores? ¿no tiene que ver más, acaso, con la falta de unos mecanismos legales o económicos que les obliguen a dedicar esas horas a un perfeccionamiento profesional? Es evidente que los profesores, de todas formas, no deben huir de sus obligaciones, pero tampoco se les debería culpar por huir de algo que no esté dentro de ellas.
Con respecto al tercer inconveniente, en principio me parece lógico que un profesor tenga la idea fija de que su tarea se centre en sus clases. Las atenciones al comedor, las actividades extraescolares... ¿son tarea de un profesor?. Un profesor intenta enseñar a los alumnos una materia determinada, así como un médico trata de poner cura a una enfermedad, pero no se dedica a repartir revistas o cafés en la sala de espera. Ahora bien, si algún profesor no completara la jornada de las horas que se les paga, esto debería cubrirse de alguna manera, pero si cumplen las horas de su contrato, y recordemos que hablamos de profesores (no de ayudantes de comedor ni de psicopedagogos) creo que están en su derecho de sentirse contrariados a realizar este tipo de actividades, independientemente de que sea o no lo que se espere de un profesor vocacional.
El problema parece radicar en que el enfoque de las clases necesita un cambio radical, un enfoque de carácter más participativo por parte de los alumnos, pero, como todo cambio radical, necesita tiempo para llevarse acabo, porque, para ello, primero necesita no ser solo entendido, sino, sobre todo, comprendido por parte del profesorado. Es muy sencillo mantenerse en las líneas tradicionales de impartir las clases de manera teórica, y pensar que si ha funcionado, que son los alumnos quienes deben prestar la atención necesaria y no que los profesores tengan que ser los que protagonicen el cambio, un cambio que, evidentemente, no va a resultar una tarea fácil. Sin embargo, si los profesores comprendieran la necesidad de este cambio y se impusiera una ley que indicara que dicho cambio tiene que darse, el cambio se acabaría produciendo.
En el cuarto punto se sostiene que los profesores mantienen una actitud hostil hacia la participación en actividades como formar parte del Consejo Escolar, o que se mira con desconfianza a las asociaciones de padres. Esta última afirmación requiere echar la vista atrás. Antes, cuando un profesor solicitaba la atención de los padres porque el comportamiento del alumno era inadecuado, los padres trataban de cambiar la conducta de su hijo. Actualmente, en la misma situación, lo que cambia es la actitud de los padres: cuestionan la profesionalidad del profesor y se sitúan en defensa de su hijo. ¿Es entonces irracional la desconfianza por parte de los profesores hacia los padres? ¿Es adecuado centrar toda la culpa en los profesores sin ni siquiera partir de la base de que la verdadera educación o la primera educación que reciben los alumnos viene de casa?.
El autor del texto afirma también que cada profesor se ha hecho dueño y señor de su clase, y que no tiene una actitud receptiva para reunirse y plantearse un cambio en su metodología acorde para todas las asignaturas. Pero, ¿no sería esto una locura? ¿cómo vamos a proponer un mismo sistema metodológico para todas las asignaturas? No podemos enseñar de la misma forma, sin ir más lejos, la literatura española y las matemáticas. ¿Cómo iba a enseñar, por ejemplo, un profesor de matemáticas su asignatura mediante un aprendizaje por descubrimiento? Cada asignatura tiene sus propias ventajas y desventajas para ser enseñada y aprendida, y lo único que debería ser importante es que el profesor se dedique a encontrar la fórmula más efectiva para que los alumnos la aprendan, y no efectiva en el sentido de que les parezca entretenida, porque no somos payasos de circo o monologuistas, (sin menospreciar ningún oficio, por supuesto, me refiero a que la finalidad de la docencia no es hacer reír, sino enseñar) somos profesores, y, en el fondo, que un profesor se intente adaptar al alumno, ¿no le está ofreciendo así un poder que no debería otorgársele?.
Si hacemos las clases divertidas, si pensamos que los alumnos tienen que aprender divirtiéndose o que solo pueden aprender de ese modo, ¿no nos estamos cerrando a intentar enseñarlos solo por ese método?. ¿Todo en la vida es divertido, entonces?. Si precisamente estamos educándolos, parece que de esta forma dejamos atrás la disciplina, el enseñarles a tener que adecuarse a lo que se debe en ocasiones, y, si en algo podemos estar de acuerdo, es que los jóvenes son cada vez más maleducados e insolentes. ¿No los hará más rebeldes, si cabe, hacerlo todo tan lúdico y a su servicio?.
En este artículo la culpa cae, de manera casi absoluta, en los profesores, y me parecería imposible discrepar de ello. La educación comienza en casa, nace con los padres, y eso no parece tenerse en cuenta. No creo que el cambio deba ser tan radical y por parte de los profesores para que estos se adapten a los alumnos, sino al revés: si en casa se educara a los hijos enseñándoles que en el colegio se asiste a clases para aprender, si se les inculcara que el aprendizaje es vital en sus vidas y que hay tiempo para salir y divertirse pero también para estudiar y tomarse en serio los estudios, gran parte del trabajo estaría hecho. Es cierto que los alumnos pasan la mayor parte del tiempo en el instituto, pero la sensación que me produce este artículo es que se le otorga el 100% de la responsabilidad educativa a los profesores, tanto académica como familiar/ética/moral, y, evidentemente, este porcentaje resulta, cuanto menos, lógico o aceptable.
Lo primero que apunta el autor del artículo es que no ha habido modificaciones en el horario educativo sino para reducirlos. Siendo alumna, agradecía (y todavía agradezco) los días o semanas de descanso durante el curso. Desde mi punto de vista, no importa cuánto se reduzca el horario lectivo siempre y cuando lo permita el calendario escolar y ello no provoque dificultades para llegar a los objetivos necesarios en cada asignatura. También, siempre y cuando, se asuma desde un primer momento que si los profesores cobran estos días de vacaciones, se imponga, pues, un horario adicional para cualquier alumno que lo requiera.
En cuanto al segundo punto al que se alude, ¿de verdad es culpa de los profesores? ¿no tiene que ver más, acaso, con la falta de unos mecanismos legales o económicos que les obliguen a dedicar esas horas a un perfeccionamiento profesional? Es evidente que los profesores, de todas formas, no deben huir de sus obligaciones, pero tampoco se les debería culpar por huir de algo que no esté dentro de ellas.
Con respecto al tercer inconveniente, en principio me parece lógico que un profesor tenga la idea fija de que su tarea se centre en sus clases. Las atenciones al comedor, las actividades extraescolares... ¿son tarea de un profesor?. Un profesor intenta enseñar a los alumnos una materia determinada, así como un médico trata de poner cura a una enfermedad, pero no se dedica a repartir revistas o cafés en la sala de espera. Ahora bien, si algún profesor no completara la jornada de las horas que se les paga, esto debería cubrirse de alguna manera, pero si cumplen las horas de su contrato, y recordemos que hablamos de profesores (no de ayudantes de comedor ni de psicopedagogos) creo que están en su derecho de sentirse contrariados a realizar este tipo de actividades, independientemente de que sea o no lo que se espere de un profesor vocacional.
El problema parece radicar en que el enfoque de las clases necesita un cambio radical, un enfoque de carácter más participativo por parte de los alumnos, pero, como todo cambio radical, necesita tiempo para llevarse acabo, porque, para ello, primero necesita no ser solo entendido, sino, sobre todo, comprendido por parte del profesorado. Es muy sencillo mantenerse en las líneas tradicionales de impartir las clases de manera teórica, y pensar que si ha funcionado, que son los alumnos quienes deben prestar la atención necesaria y no que los profesores tengan que ser los que protagonicen el cambio, un cambio que, evidentemente, no va a resultar una tarea fácil. Sin embargo, si los profesores comprendieran la necesidad de este cambio y se impusiera una ley que indicara que dicho cambio tiene que darse, el cambio se acabaría produciendo.
En el cuarto punto se sostiene que los profesores mantienen una actitud hostil hacia la participación en actividades como formar parte del Consejo Escolar, o que se mira con desconfianza a las asociaciones de padres. Esta última afirmación requiere echar la vista atrás. Antes, cuando un profesor solicitaba la atención de los padres porque el comportamiento del alumno era inadecuado, los padres trataban de cambiar la conducta de su hijo. Actualmente, en la misma situación, lo que cambia es la actitud de los padres: cuestionan la profesionalidad del profesor y se sitúan en defensa de su hijo. ¿Es entonces irracional la desconfianza por parte de los profesores hacia los padres? ¿Es adecuado centrar toda la culpa en los profesores sin ni siquiera partir de la base de que la verdadera educación o la primera educación que reciben los alumnos viene de casa?.
El autor del texto afirma también que cada profesor se ha hecho dueño y señor de su clase, y que no tiene una actitud receptiva para reunirse y plantearse un cambio en su metodología acorde para todas las asignaturas. Pero, ¿no sería esto una locura? ¿cómo vamos a proponer un mismo sistema metodológico para todas las asignaturas? No podemos enseñar de la misma forma, sin ir más lejos, la literatura española y las matemáticas. ¿Cómo iba a enseñar, por ejemplo, un profesor de matemáticas su asignatura mediante un aprendizaje por descubrimiento? Cada asignatura tiene sus propias ventajas y desventajas para ser enseñada y aprendida, y lo único que debería ser importante es que el profesor se dedique a encontrar la fórmula más efectiva para que los alumnos la aprendan, y no efectiva en el sentido de que les parezca entretenida, porque no somos payasos de circo o monologuistas, (sin menospreciar ningún oficio, por supuesto, me refiero a que la finalidad de la docencia no es hacer reír, sino enseñar) somos profesores, y, en el fondo, que un profesor se intente adaptar al alumno, ¿no le está ofreciendo así un poder que no debería otorgársele?.
Si hacemos las clases divertidas, si pensamos que los alumnos tienen que aprender divirtiéndose o que solo pueden aprender de ese modo, ¿no nos estamos cerrando a intentar enseñarlos solo por ese método?. ¿Todo en la vida es divertido, entonces?. Si precisamente estamos educándolos, parece que de esta forma dejamos atrás la disciplina, el enseñarles a tener que adecuarse a lo que se debe en ocasiones, y, si en algo podemos estar de acuerdo, es que los jóvenes son cada vez más maleducados e insolentes. ¿No los hará más rebeldes, si cabe, hacerlo todo tan lúdico y a su servicio?.
En este artículo la culpa cae, de manera casi absoluta, en los profesores, y me parecería imposible discrepar de ello. La educación comienza en casa, nace con los padres, y eso no parece tenerse en cuenta. No creo que el cambio deba ser tan radical y por parte de los profesores para que estos se adapten a los alumnos, sino al revés: si en casa se educara a los hijos enseñándoles que en el colegio se asiste a clases para aprender, si se les inculcara que el aprendizaje es vital en sus vidas y que hay tiempo para salir y divertirse pero también para estudiar y tomarse en serio los estudios, gran parte del trabajo estaría hecho. Es cierto que los alumnos pasan la mayor parte del tiempo en el instituto, pero la sensación que me produce este artículo es que se le otorga el 100% de la responsabilidad educativa a los profesores, tanto académica como familiar/ética/moral, y, evidentemente, este porcentaje resulta, cuanto menos, lógico o aceptable.
Sin
embargo, es evidente que se necesitan cambios en la docencia, y es
ahí donde nosotros entramos en juego: es preciso dar con esa fórmula
para que los alumnos aprendan de nuestra asignatura de la manera más
efectiva posible.
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